China: una mezcla de sentido de superioridad e injusticia
Financial Times - Jueves, 06 de Junio de 2013 11:46
Por David Pilling
El 16 de diciembre de 1773, un grupo de patriotas tomó 3 buques
británicos y destruyó el té que llevaban a bordo al arrojar cientos de cofres a
las aguas del puerto de Boston. La rebelión, que pasó a la historia como la
“Fiesta del té de Boston”, fue un hito para la independencia de Estados Unidos,
que años más tarde se libró del yugo colonial.
El motín cantonés del opio de 1839 tuvo un fin algo menos triunfal.
Lin Zexu, un comisionado imperial, escribió a la reina Victoria para
preguntarle por qué los británicos estaban tan empeñados en vender
"veneno" a los chinos. Al no recibir respuesta, ordenó que
20,000 cajas de opio fueran quemadas y
lanzadas al mar. Gran Bretaña reaccionó con furia, al enviar buques de guerra,
y forzó a China a firmar el ignominioso Tratado de Nanking, que la obligó a
indemnizar a Londres, abrir 5 puertos al comercio extranjero y ceder la isla de
Hong Kong. Lin fue enviado al exilio.
Mientras que el acto de desafío de los Estados Unidos dio a luz a una
gran nación – y 2 siglos de optimismo – la rebelión china marcó el comienzo de
una era en la cual se produjo el colapso imperial, la invasión japonesa y un
empobrecimiento prolongado.
El legado de la historia pesa más para los perdedores. El presidente
chino, Xi Jinping, quien reunirá en California con Barack Obama el 7 y 8 de
junio, su homólogo estadounidense, trae consigo un cúmulo de expectativas
nacionalistas que se han estado cociendo por más de un siglo y medio de
humillaciones. Al mismo tiempo, el sentido del destino manifiesto de China es
aún más fuerte que el de Estados Unidos y sin duda, más, antiguo, remontándose
a 5,000 casi míticos años de historia continua de la cultura Han. Un
sentimiento de burbujeante injusticia, aunado a la inquebrantable certeza del
mérito que reviste su posición preeminente en la jerarquía global, es una
combinación de alto octanaje. Sin embargo, contrariamente a la arrogancia con
la que China se comporta últimamente en la escena internacional, en muchos
aspectos, Beijing nunca se ha sentido tan vulnerable.
Esta revelación puede sorprender a muchos que ven a China como una
entidad gigantesca, cada vez más dispuesta a intimidar a sus vecinos y absorber
sin piedad los recursos naturales del mundo entero. The New York Times publicó
recientemente una columna de Heriberto Araújo y Juan Pablo Cardenal, autores de
'La silenciosa conquista china', que lo presenta como un país decidido a
intimidar y aplanar a una gran parte del mundo en desarrollo. La semana pasada,
una empresa china incluso tuvo la osadía de tratar de engullir tocino y
salchichas estadounidenses cuando ofreció 4,700 millones dólares por Smithfield
Foods.
La perspectiva desde Beijing, sin embargo, luce mucho menos segura.
Para empezar, China tiene pocos amigos. Cuenta con 14 países vecinos, 22,000
kilómetros de fronteras para proteger, y la rodean países con los que mantiene
relaciones algo nerviosas, incluyendo Mongolia y países nucleares como Rusia,
India y Corea del Norte. Estados Unidos, por el contrario, tienen sólo 2
vecinos con los que mantiene relaciones amistosas.
Peor aún, China depende ahora más que nunca del resto del mundo para
mantenerse en marcha. Hasta mediados de la década de los años 90, era un país
más o menos autosuficiente, pero ahora depende de otros para abastecerse de
petróleo, cobre, mineral de hierro, soya y otras materias primas, sin las
cuales no podría sostener su vertiginoso desarrollo ni satisfacer las
crecientes aspiraciones de su pueblo.
Geoff Raby, ex embajador australiano en China, comentó lo siguiente en
una conferencia en la Universidad de Monash en Melbourne el año pasado:
"China es ahora, por primera vez en su historia, totalmente dependiente de
personas y mercados extranjeros para obtener los insumos que necesita para
mantener su economía en crecimiento”. Hay que recordar al emperador Qianlong,
que se burlaba de las mercancías que traía un emisario británico del rey Jorge
III en 1793, declarando que China no tenía ninguna necesidad de baratijas
extranjeras.
Casi sin darse cuenta de ello, China se ha transformado de la nación
mercantilista prevista por Deng Xiaoping cuando lanzó sus medidas de Apertura y
Reforma a finales de 1970 a un país plenamente comprometido con el concepto
ricardiano de ventajas comparativas, o una división global del trabajo. Eso
hace que, en palabras del Sr. Raby, China sea "un potencia muy
limitada". Durante su etapa de más rápido crecimiento, Estados Unidos, en
cambio, contaba con todos los recursos que requería para crecer, salvo capital
humano que llegó voluntariamente de Europa y a la fuerza desde África.
Por último, a Xi y sus colegas dirigentes les preocupan más los
asuntos internos que los externos. La economía de China está experimentando
dolorosos cambios que requerirán un
liderazgo que confronte poderosos intereses. A medida que los chinos se vuelven
más ricos –o ven a otros alrededor de ellos acumulando riquezas– demuestran
estar cada vez menos satisfechos con la simple idea de una expansión económica.
Beijing gasta más en seguridad interna que en su defensa nacional. Linda
Jakobson, experta en seguridad del Instituto Lowy de Sydney, describe la
política exterior china como "reactiva"; considera que existe una
brecha entre la percepción del mundo sobre la potencia ascenso y la
preocupación de sus líderes sobre sus problemas internos.
Está claro que China está empezando a sentirse más segura de su
poderío aun cuando crecen sus problemas internos y su dependencia del mundo
exterior. Xi sugiere que China y Estados Unidos forjen "un nuevo tipo de
relación entre potencias”, lo cual es a duras penas la actitud de un país
tímido. Sin embargo, mientras que el resto
del mundo la percibe cada vez más como una nación más fuerte e invulnerable,
para Beijing es todo lo contrario. Eso tendrá una incidencia en la manera en la
cual tratará los distintos temas, desde las disputas relacionadas con los
paneles solares con Europa, hasta las acusaciones de ciberespionaje de Estados Unidos. Mientras más poderosa se
vuelve China, más insegura se siente.
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